Antes de ayer, domingo, se publicó en El País, páginas salmón, una entrevista al Vicepresidente ejecutivo de Nestlé en Europa, Luis Cantarrell, me pareció interesante por algunas respuestas que dio. En primer lugar me resultó curioso pero muy comprensible que afirmara que es descabellado culpar a las empresas de la actual crisis. Digo que me parece comprensible porque nadie, o salvo los muy honrados y honestos, asumen su culpa pero, digo también, curioso porque si los gobiernos no son culpables y los empresarios tampoco, exculpados ellos, quedamos nosotros: clientes o ciudadanos y trabajadores. Y como yo no soy honrado, o no muy honrado, afirmo también que es descabellado culpar de la actual crisis a ciudadanos, clientes y trabajadores. Estamos en una crisis que por tanto no sólo no es clara o semántica, según el gobierno, sino que es, también, criptogénica (con origen desconocido). Enigmática situación la presente, el gobierno se exculpa, los empresarios culpan al gobierno (según un estudio de Iberinform), los consumidores pagamos más, los ciudadanos desconfiamos más del gobierno y de la oposición (según el barómetro de julio del CIS) y a los trabajadores o bien les reducen el salario o bien “patadita en el culo”. Esto es un galimatías.
Hay otro aspecto de la entrevista que me parece sumamente interesante. El entrevistado dice creer que la mejor democracia es la del mercado o la del cliente. Típica intentona por parte de un nuevo pensamiento de sustituir el concepto de ciudadano por el de cliente a la vez que intentan mantener el concepto de democracia, aunque en realidad los tergiversen y lo desnaturalicen. La sustitución del concepto de ciudadano por el concepto de cliente es muy sintomático de un pensamiento claramente empresarial que pretende circunscribir al individuo en nuevas categorías apegadas a su realidad: el consumo. Su intención es excluir mediante una implantación de nuevos conceptos que nos hagan olvidar la naturaleza pública y política del individuo. Pretenden generar un nuevo marco conceptual. El problema de este marco conceptual es que se extenderá por la academia y los discursos y terminará por transformar al individuo político o ciudadano en un individuo consumista. Lo cual para ellos es más rentable así como le evitará determinados problemas.
Esta intentona es muy representativa de la singladura que ha ido recorriendo la democracia, transformándose ésta en un espectáculo más digno de consumir que de reflexionar y meditar. Las empresas jamás podrán ser democráticas porque son jerárquicas en su organización, aunque digan lo contrario, son competitivas entre ellas y tienden al conflicto destructivo y porque, también, se dirigen hacia el consumidor con la intención de manipularlo y siempre intentarán acoger al individuo para su propio beneficio. Aunque las democracias actuales se acojan a gran parte de estos principios hemos de entender que nuestras democracias están en parte desnaturalizadas y se acogen a dinámicas partiditas muy similares a las dinámicas competitivas del mercado. En mi opinión al punto en el que nos reconozcamos como clientes y no como ciudadanos habremos perdido la identidad política y civil para ser tan sólo aquello que podemos consumir, habremos deslizado nuestra identidad hacia lo consumido. No debemos olvidar que el consumo es privado y que las relaciones pasarán a ser siempre contractuales, la relación pública así como la generosidad de pensar en el bien común quedará diluida. La intención de sustituir el concepto de ciudadano por el de consumidor en la mayoría de los casos es torticera. Así lo creo yo.
Luis Cantarrel intenta, como buen directivo, defender la bondad y gracia de las empresas, y en concreto de aquella que representa. Es normal, pero también lo es que nosotros reconozcamos lo contrario. Uno de los puntos que más me ha sorprendido es la loa que hace a la transparencia de las empresas. Eso es cuestionable desde muchos prismas. Empecemos por el más obvio, su transparencia se ve afectada y velada por las técnicas que usan para atraer el consumo. Jamás diría que los anuncios son transparentes, el dictum que mejor les definiría es aquel que dice “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Pero Luis Cantarrell se refiere a la transparencia de las empresas en otro sentido, afirma que sus márgenes son públicos y conocidos. Según se podía leer en El País, el Lunes, en un artículo titulado “Las empresas negaron la cris que venía” que durante 2007 las empresas (aquellas que conforman el indicador el Ibex 35) no admitieron a la Comisión Nacional de Mercado Valores sus problemas, ocultando datos. Dónde queda entonces su transparencia. Pero podemos seguir apuntando flancos en los cuales las empresas no son transparentes, porque no son públicas sino privadas, por ejemplo en la publicación de sus secretos profesionales como bien puede ser una fórmula milagrosa de crece pelo a la fórmula de la cocacola. Ellos no trabajan para que el demos disfrute ni se beneficie sino para que el demos lo consuma y por tanto lo page. Podemos decir por tanto que las empresas no son transparentes sino turbias. Y he dejado a un lado los casos de fraude al fisco, los cuales se hacen también desde la oscuridad y no la transparencia.
Desde nuevos planteamientos de Gestión Pública se apela a la concepción del ciudadano-cliente, y a veces lo hacen con buena intención: la de mejorar el servicio público. En este sentido se encuentra la “Customer relationship management” o “Relación con el ciudadano/cliente” que pretende “customizar” para hacer más transparente la gestión pública aumentando el conocimiento de las administraciones sobre los ciudadanos. Puede que su intención sea buena pero creo que esta tarea se puede realizar sin tener que prescindir del concepto de ciudadano o sustituirlo por el concepto de cliente, además se puede recurrir a conceptos como los de democracia y servicio público, los cuales me parecen más dignos y propios de la administración pública que, recordemos, no tiene la finalidad de obtener beneficios públicos sino la de servir al ciudadano.
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